viernes, 24 de octubre de 2008

RECORDAR ES CONTAR LO VIVIDO


Bestord y los dados

Sí, se llamaba Bestord y lo conocí desde muy pequeño. Lo conocí antes y lo conocí después. Todos conocíamos a Bestord: sesenta años, enormemente denso y agarrotado de músculos y tendones, sonriéndole a una fogata en el patio, transportando a hombros escritorios y sofás, levantando con una sola mano un cajón lleno de libros. Bestord, el poderoso, también era soñador, lector, charlatán. Uno podía Dormir mucho mejor sabiendo que Bestord estaba en tu calle para protegerte y poner orden.
Esto era en 1998. Yo vivía en Loreto, el sur de Cochabamba, ciudad de la comida por el buen corte que hacían a la carne todos los cocineros y ladrones, lugar que la policía de la zona llamaba la línea roja. Él tenía pelos secos como paja, pequeñas cicatrices en sus pómulos embravecidos y ojos negros esos que hablaban como borrachos combativos del tiempo, qué manos tenía, duras como el carbón, con las uñas tan cuadradas y simétricas como sus dientes. Y los antebrazos, los antebrazos de Héctor, robustos y brutales y manchados de tatuajes, armas de un poder monstruoso.
Enorme como era, las energías parecían comprimidas en él, como si fuese la esencia de un hombre aún más grande. Era la imagen de la solidez descrita por Tamayo en sus poesías de guerreros .
Yo era tan alto como él, pero peso la mitad. No, menos. Una vez Bestord me dijo que crear un hombre de la nada exigiría una energía equivalente a la de una explosión de mil megatones. Mirándolo a él, uno se lo creía. En cuanto a mí, hubiese bastado con un solo cartucho de dinamita, una granada de mano, un petardo de San Juan o un pedito de gato. En los tratos físicos conmigo él mostraba la tierna condescendencia que el hombre grande muestra hacia el pequeño, tal vez fuera así con todos por que era protector, buen amigo, un singular vecino, considerado, sonriente hasta que le pasó lo peor. Un holocausto personal que le habrió las puertas hacía la muerte. En los días que siguieron yo vi y sentí toda la caída de Bestord.
Un día que él jugaba a los dados con unos magos de la usurpación, había perdido no solo el dinero sino también la vida. Siempre estaba seguro que viviría mucho tiempo pero ese día al sentir el filo del arma se dio cuenta que la mortalidad lo había encontrado para llevarlo y encerrarlo en una caja de Pandora, con un sello negro donde una mirada fija te hacía imaginar el llamado del Hades.
Después de verlo en suelo, recordé que hasta el soberbio acero sucumbe ante el árido fuego y que esta vez la llama del desenfreno esparció su sangre solticia en charcos de pesadumbre, buscado por un pequeño cortaplumas, quién nos robaba al Prometeo moderno, al hijo romántico de Goliat. De repente me vino un trágico recuerdo a la mente, fue el momento en que el me había contado a través de sus fotos su arraigamiento en el siglo, confirmando su estirpe de guerrero combatiendo en el Chaco. Tan solo por seguir los ideales de su padre y sus dos hermanos, quienes murieron en la guerra del pacífico. Toda su vida estuvo en la resistencia. En esa condición infligió las leyes de Dios dando muchas torturas a pilas enemigos. Un día se levanto con un fusil entre los dientes y fue encarcelado un diciembre de 1938 y quedando libre un 1939 por la culminación de la guerra. Durante los años de paz trabajó de hombre fuerte en un circo ambulante, torciendo barras, derribando muros de ladrillos, arrastrando camiones con los dientes, hasta que fue a terminar en mi casa, donde encontró el sitio oportuno para jugar al titán y también para ser velado por la muerte que le dieron los hijos de la patria, los golosos del culteranismo, hijos del desprecio social, humano y sobre todo del dinero.
Pasaron muchos días desde entonces, y hoy visitando su estado y morada eterna comprendí su último mensaje, expresado en sus flores secas que ya no dependían de la tierra sino del avivamiento de espíritus que todavía están encerrados en cuerpos, ideas, recuerdos y sobre todo desamores. Fue muy implícito ya que me lo transmitió un viento de cementerio en confabulación con un polvo de carnes herbívoras, que determinaron mi comprensión sobre la nueva forma de vida que él había adoptado, la que no dependía de sus músculos para demostrar su energía, sino simplemente de su entrega pasiva para sostener a titanes vegetales, gigantes en tamaño, en forma y belleza. Que muchas veces sirven para hacer poesía, lograr un romance y entender que la vida del silencio sucedida por la acción es ahora Bestord.

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